Juan Adelantado Luguense, hombre silencioso, osco y de pocas
palabras, vivía solo en una hermosa y señorial casa, situada en las
afueras de la bella ciudad de La Laguna. La había heredado de sus
antepasados, una familia de renombre. Con él se acaba una estirpe de
siglos. Juan estaba enfermo, muy enfermo. Le habían diagnosticado
una enfermedad terminal a sus cuarenta y tres años, tirando por
tierra todos sus sueños. Ese día, Juan, sedado por el dolor,
estaba inquieto. Era un día muy especial para él. Pues era el
cumpleaños de Olivia, su vecina, su amor secreto, por el que siempre
había suspirado, pero a la que nunca había expresado esa emoción,
ese deseo encubierto.
Juan buscó unos folios y se puso a escribir. Quería expresar todo
ese sentimiento que había guardado tan celosamente en su interior, a
pesar de estar siempre juntos. Era su mejor amiga y nunca había
querido pasar ese umbral, por respeto, por su inmadurez, por falta
de decisión y vergüenza... ¡No le llegaban las palabras! ¡Tenía
mucho miedo frente a un posible no de Olivia!.
Escribió mucho, expresó todo lo que durante años guardaba. Al
terminar, nervioso y emocionado, rompió a llorar. Unas lágrimas
cayeron sobre el papel escrito manchando aquellos folios donde
plasmara todo su amor. Letras hilvanadas que supo ordenar para
expresar todos sus sentimientos secretamente guardados en su
interior.
Juan, con el rostro empapado en su llanto, se levantó con los folios
en su mano izquierda mientras con la otra, secaba bruscamente su
cara. Buscó un sobre en la gaveta de su antiguo buró de donde había cogido los
folios y los metió dentro. Lo cerró como pudo y puso el nombre de
Olivia de la Cruz por fuera.
Ese día hacia mucho frío. Se sentía mal pero quería realizar
aquella acción antes de que fuera demasiado tarde. Se puso una
bufanda, cogió su vieja gabardina del perchero de la entrada y salió
a la calle. Olivia vivía cerca. Seguro que tendría fuerzas para
llegar a su buzón. Con pasos decididos, Juan sabía que le quedaba
poco tiempo, no vaciló en ningún instante en seguir adelante. Tras
cruzar la desierta calle, llegó, no sin dificultad, a la casa de su
deseada y amada amiga. Con manos temblorosas quiso meter la carta en
el buzón. Al levantar sus brazos para hacerlo sintió la presencia
de alguien cerca, muy cerca. Se adelantó un poco más y justo detrás
de la puerta de entrada se encontró con su amiga. Juan, asustado
al verla, quiso respirar profundamente, sintió un dolor en el pecho,
le faltara el aire y cayó fulminado al suelo. Olivia se acercó a él
gritando su nombre y logró levantar su cabeza entre sus brazos
preguntándole que le pasaba. Juan lloraba, sabía que era su último
suspiro. Mirando Fijamente a los ojos de Olivia, solo pudo musitar
unas palabras, mientras alzaba débilmente su mano ante ella. -toma
amor, mi carta de despedida- Juan, con sus brazos ya caídos sobre
las piernas de Olivia, y con una bella sonrisa en su boca, cerró los
ojos para siempre con un profundo suspiro.
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