BUEN VIAJE
DE REGRESO.
Todos los días lo veía
allí a la salida de mi casa, en la esquina de la pequeña plaza del
barrio que había justo a la salida de mi calle. Atico observaba
todo lo que pasaba por allí. Saludaba a todo el mundo, sonriente
pero con semblante triste. Mucho había vivido. Muchas experiencias
habían pasado por sus espaldas, pero sus noventa años aún le
mantenían firme. Era el rey del barrio. Siempre dispuesto a ayudar
en las fiestas; en sus enrames; en subir banderas y papelillos de
adorno en cada farola entre ventana y ventana, en cargar el santo; en
animar la danza tradicional de cintas que existía en el barrio, tradición que se iba transmitiendo de generación en generación por varios
siglos. Atico era tradición pura e historia viva. De pronto cae enfermo y se aferra a la vida. No quiere irse
aún. Le mantiene la esperanza de ver a su nieto, al que había
cuidado como un hijo. Al que había amado y protegido pero su nieto
tenia sus propio destino. Pasos equivocados le llevaron a
comportamientos y conductas que le hicieron sufrir mucho. Veía como
iba hundiéndose en un abismo, pero era su vida y nada podía hacer
si no quería cambiar. Su nieto crecía, era una joven adulto y él
no podía cambiar su rumbo salvo amarle y estar siempre dispuesto a
ayudarle. Hoy su nieto está bien, vive con el amor de su vida en
Francia y eso le alegra, pero está lejos y siente con tristeza esa
lejanía. Quiere verle antes de irse, darle un último abrazo. Sabe
que su final está ya cerca y así ocurrió. Su nieto viene de
Francia a verle y eso le alegra el alma; fortalece su espíritu. Ya
está dispuesto a partir en cualquier momento. Su nieto, tras unos
días de estancia en su hogar, marcha de nuevo a Francia con lágrimas
en sus ojos, sabiendo que no verá más a su abuelo. Y así es, poco
tiempo después en aquel hospital lleno de enfermos de un maldito
virus que llegó silencioso, mortífero y que nos llevó a un largo
confinamiento, Atico cerró sus ojos para siempre. Se durmió
sonriente, feliz y relajado en los brazos de su hija y al lado de su mujer amada y sintiendo, en su corazón, el apoyo incondicional de su hijo y su dos nietas. Adiós buen
vecino, fiel amigo del barrio, rey de la calle, amigo de todos y
viajero de sueños del camino de San Diego. Buen viaje de regreso. No
pudimos despedirte, pero has quedado grabado en nuestros recuerdos
para siempre. Gracias Atico por vivir como lo has hecho y marcharte,
silencioso, sin ruidos y con el amor entregado a tu familia. Seguro
que echaremos de menos, amigo vecino, que al cruzar la calle no
podamos ver tu rostro de nuevo. Pero quiero que sepas que aquel
rincón de la plaza siempre quedará tu huella grabada en el suelo.
#Langeaguiar.
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