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19 abr 2020

PAPEL DE LIBERTAD MANCHADO EN SANGRE


A LA VIDA ETERNA DE MI TÍO MANUEL DÍAZ, FUSILADO EN LA GUERRA CIVIL POR DEFENDER LA REPÚBLICA, Y A LA MEMORIA DE SU AMADA Y PERENNE ROSA,PORQUE SIGUEN VIVIENDO EN MIS PENSAMIENTOS Y EN MIS SENTIDOS RECUERDOS. LES AMO DESDE EL ESPACIO INCIERTO EN EL QUE VIVIMOS, Y DESDE UN LUGAR DONDE NO EXISTE EL TIEMPO,Y QUE POR NO HABERLES CONOCIDO. NO ME ALEJA DE ESTE HERMOSO SENTIMIENTO QUE SIEMPRE LLEVO MUY DENTRO.
MIGUEL DÍAZ LANGE AGUIAR




HISTORIA DE UN AMOR NUNCA OLVIDADO

El viaje de Rosa”
Rosa cerró los ojos y respiró profundamente. Seguía con él en sus brazos y viajó lejos, muy lejos de aquel lugar tenebroso y sombrío. Un silencio atronador la rodeaba hasta asfixiarla y por eso su mente quiso salir de allí buscando imágenes que pudiesen pacificar su dolor y aliviar el llanto de su atormentado cerebro. Era demasiado cruel lo que había vivido en las últimas horas. Demasiado para soportarlo, pero allí estaba en medio de aquella soledad, con aquel olor a sangre, sintiendo la muerte reinar y apoderarse del lugar, sobrecargando y enturbiando el ambiente. Rosa cerró sus ojos con fuerza y quiso viajar con su amado Manuel a una casa de campo en el sur de Francia. Los dos allí abrazados, en medio del prado de flores que rodeaba aquella ansiada casa, situada cerca del mar de Port La Nouvelle. Se vió allí abrazada a su joven esposo que la besaba intensamente. Ella le miraba con dulzura y disfrutaba de aquel beso como si fuera el primero. El aire del Mar Mediterráneo llegaba hasta ellos, envolviéndolos. Unas gaviotas volaban a su alrededor. Rosa, en su dolor, quería olvidar la crueldad de la guerra. Ordenó, sin buscarlo, que su mente la transportara a un futuro más hermoso, que construyera una realidad más feliz que la que tenía delante. De pronto, el beso de Manuel se volvió extraño, lo sintió con dolor, como despidiéndose de ella. Los labios de Manuel estaban fríos, muy fríos y esa sensación le estremeció el cuerpo. El cuerpo de Manuel se le evaporaba, se alejaba de ella, se despedía, se envolvía en una extraña bola de luz desapareciendo ante su casa soñada que también se evaporaba. Rosa quiso seguir con sus ojos cerrados, recuperar aquella visión, aquel sueño inicial, aquella casa soñada que comprara su padre para ella desde hacía mucho tiempo. Quería seguir abrazada a Manuel, sintiendo sus labios. Quería buscar imágenes en las que pudiera verse escapando con Manuel de España; saliendo del cuartel militar de Melilla; liberando a su amado por una orden del Generalísimo que personalmente había ido a buscar a Burgos, y que su padre, un Teniente Coronel del círculo del entonces Capitán General de Canarias, le había conseguido. Pero su cerebro cerró momentáneamente cualquier viaje a la imaginación, al deseo de no sentir, de no vivir, de no experimentar la realidad del presente momento. Abrió los ojos. Estaba sudando y temblando; no tenia fuerzas para salir de allí. No soportaba la visión de tantos rostros ensangrentados; de tantos ojos mirándola sin pronunciar palabra; de tantos rictus de dolor reflejados en sus caras. No quería mirar…y no podía dejar de hacerlo, era superior a sus fuerzas. Bajó la cabeza y, con todo el esfuerzo del mundo, solo fijó su mirada en la mirada ausente de Manuel. Volvió a ordenar, con todas sus fuerzas, que su mente la llevara lejos; que imaginara otro lugar y le ayudara a salir de allí no saliendo…
Una música de fondo le acompañaba mientras bajaba aquella escalera que tantas veces había bajado de niña. Ahora era una mujer hermosa, sonriente, vestida de blanco. Iba del brazo de su padre. Todo estaba dispuesto para casarse con el amor de sus sueños. Se vio bailando en el cielo. Estaba cabalgando sobre nubes viajeras en brazos de Manuel, ese joven oficial que le había arrebatado el corazón con sus ojos, con su ternura, con sus abrazos... Ella se sentía reflejada en la mirada limpia de su amado. El mar, en su visión, apareció ante sus pies, rebosante de barcos veleros de inmensos colores, llenos de vida, de gente, de alegría… Las playas estaban abarrotadas de gente ¡eran sus playas canarias llenas de luz! Eran las playas de la isla, de Tenerife, que tanto echaba de menos. Sintió sus pies humedecerse con la espuma de la playa negra de Icod. Volvió a sentir el abrazo dulce de Manuel; sus manos acariciando su piel en el mar y sus labios besando todo su cuerpo. Pero, de pronto, el mar se volvió rojo. Los labios de Manuel volvieron a estar fríos, muy fríos. Todo se volvió oscuro y triste. Las silenciosas y tristes lágrimas que estaban bajando por su rostro le devolvieron a la realidad de la cárcel militar en la que estaba. Sus brazos sostenía, tal piedad, a Manuel muerto,al cuerpo ensangrentado de su amado. Rosa estaba, desde hacia 20 horas, rodeada de otros 37 soldados fusilados. A su lado yacía un papel mojado con la orden de libertad de Manuel. Una orden que sus carceleros, también sus verdugos, no llegaron a cumplir, por una contraorden que llegó esa noche a las tres de la mañana y que el jefe de la guarnición quiso cumplir de inmediato. Despertó a la tropa allí destinada y les gritó con rabia: -fusiladlos a todos, os lo ordena Franco- ¡Eran su compañeros! Con temblores en sus manos, con el miedo en sus cuerpos y sus rostros desencajados, dispararon sin control, matando a todos los soldados rebeldes allí encerrados y con ellos su joven oficial Manuel Díaz, por defender el sistema republicano y legítimo al que habían prometido defender en su juramento.
Rosa perdió su miedo. Rosa quedó atrapada en su sueño, no quiso salir de su ansiada casa de Francia. Rosa voló para siempre a un recóndito lugar de su mente y murió en vida allí, abrazada a Manuel para siempre. Su cuerpo también murió en el hospital Psiquiátrico de Melilla en el año 1978. Antes de morir, y en un momento de extraña y hermosa lucidez, buscó en su cofre secreto, celosamente guardado, uno foto de ellos dos y aquella orden siniestra del asesino dictador que truncó todos su sueños. Se sentó en su cama, llevando a su pecho esos recuerdos. Rosa exhaló un último suspiro, mientras se desplomaba sobre su lecho. Mirando al cielo vio a su Manuel que le venía a buscar. Con lágrimas en sus ojos y una bella sonrisa dibujada en su cara, se le pudo oir decir con mucha ternura -voy amor, llegó el momento- Cerró los ojos y Rosa dejó de respirar. Entre sus manos, ya muertas, y apretadas contra su pecho, se pudo distinguir una descolorida foto de dos jóvenes amantes y un viejo papel ensangrentado con unas casi elegibles letras: “Orden de libertad para el Teniente Manuel Díaz Hernández , de la cárcel militar de Melilla. Burgos, año de 1938”.
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