Creando, construyendo, disfrutando lo que somos, experimentando lo que escribimos...

Bienvenido al blog de Lange Aguiar.
Disfruta y crea, ¡TÚ TAMBIEN PUEDES HACERLO!.
Está permitido emocionarse, llorar, reir y, sobre todo SER, COMPRENDER y VIVIR.

5 may 2020

RECUERDOS DE UNA BODA


¡PARA LA CAMA MAMÁ, PARA LA CAMA!

Te miro a los ojos mientras termino de beber una buena copa de vino en nuestra boda. El reflejo de tu mirada me traslada momentáneamente a otro lugar, a otro tiempo.




Con mi madre y cuatro de mis once hermanos.
Soy el del pantalón corto.
Desde que amaneció sentí que el día iba a ser diferente. Desde mi cama podía sentir los nervios de mis hermanas, el revuelo en la cocina de mi madre y el griterío de la gente en la calle. Me levanté rápidamente, sabía que ese día iba a ser muy especial. No me quería perder nada de lo que estaba ocurriendo desde tempranas horas de la mañana. Mi pequeño barrio era una fiesta. Se respiraba alegría. Se olía a ropa nueva. Las chicas más jóvenes cuchicheaban en la esquina de mi calle, justo al lado de la venta de doña Carmen, contándose los secretos de lo que se iban a poner esa tarde. Sus madres iban de casa en casa buscando los platos, vasos, copas cubertería…de los ajuares viejos, esos que se guardaban en las alacenas de todas las casa y que solo se sacaban de allí para algún acontecimiento importante y lo que se preparaba para este día lo era. Mi vecina, la alegre y hermosa Lola, se casaba. La costurera del pueblo. La que tanto cariño tenía por mi familia. La bella Lola celebraba la primera boda a la que yo asistiría. En mis nueve años de vida no había conocido ninguna novia. No había vivido una boda. No había experimentado esa emoción contenida en la vecindad, en mis amigos. No había olido tanto a ropa nueva, ni sentido tan cercano el coqueteo de la chicas, No conocía la profunda solidaridad y generosidad de los vecinos y vecinas para ayudar en los preparativos de tal acontecimiento festivo, desempolvando los muebles, sacando los mejores manteles calados y bordados que guardaban con tanto celo; organizando y llevando mesas y sillas a casa de Lola para los invitados. Guisar las papas, amasar el gofio, y cocinar el pescado salado con el aromático y fabuloso encebollado, labor en la que mi madre se entregó a fondo. Y, por supuesto, buscando las mejores botellas para llenarlas de vino blanco, “del sabroso vino de ICOD” , era lo que les oía decir a los mayores cuando lo bebían, mientras jugaban al envite en casa Carmen. Vino blanco que desde aquel día me seria muy difícil olvidar, por todo lo que viviría después.



Al caer la tarde comenzó la ceremonia. Las lágrimas desbordadas de la madre de Vicente, el novio de Lola: los gemidos contenidos de Doña Carmen, la ventera; la sonrisa de mi madre; los sollozos de Doña Antonia, la madre de Lola y, sobre todo, la radiante y feliz cara de la joven costurera... son recuerdos que no me abandonan.



A todos los niños y niñas nos pusieron juntos en una mesa del patio, bajo un gran parral. Yo era el mayor de todos ellos y no me sentía muy a gusto. Junto a nuestra mesa pusieron la mesa de los más jóvenes. Al final me senté con ellos, me gustaba oír sus historias, sentir sus risas y experimentar sus sensaciones... Bebí con ellos. Era mi primera vez. Bebí y bebí sin control. No conocía bien ese “sabroso sabor”. Ellos me ponían un vaso tras otro. Al final me hicieron beber una mezcla de cerveza y vino que me amargó el estómago mientras se reían a mandíbula abierta por la expresión de mi cara. Lo demás lo recuerdo en nebulosa. Se que me levanté y fui a mi casa casi arrástrándome. Estaba cerca pero se me hizo eterno.No me sentía bien. Tenía los sentidos atrofiados. No coordinaba mis pensamientos. La visión se me nublaba. Mis piernas temblaban. No sé como llegué a mi cama, pero al tumbarme sobre ella todo se movía. La habitación comenzó a girar a mi alrededor. La cama no paraba de dar vueltas y sentí que un río inmenso estaba a punto de explotar en mi boca saliendo de lo más profundo de mis entrañas. Expulsé todo el agrio y asqueroso contenido que se agolpaba en mi garganta. Vomité sin parar inundándolo todo. Grité con toda mi fuerza. Lloré y sentí que todo se derrumbaba a mi alrededor. Aquel sabor, asquerosamente ácido, quemaba mi garganta, mi lengua, mis labios… No soportaba aquel olor que me envolvía. La cama seguía girando sin parar. Yo me agarraba con fuerza a la pared pero ésta también giraba a gran velocidad. ¡Mamá, mamá, para la cama!, ¡Para la cama mamá! ¡¡Párala!!...Todo se volvió oscuro y caí en un profundo pozo al que jamás he querido volver. Mi madre, al volver de la boda, me encontró allí en el suelo empapado en mi propios vómitos. Me sacó de allí poniéndome en su cama donde desperté muchas horas después...



Abro los ojos saliendo de mis recuerdos. Observo tu mirada fijada en la mía. Sabías que me había ido a otro espacio tiempo. Relajado te sonrío y tú me devuelves una maravillosa y plena sonrisa. Sé que no sabías a que recóndito lugar de la memoria viajó mi presente. Sé que no comprendías porque no quiero beber más de dos copas de vino en nuestra boda, pero también sentí que te alegrabas por ello. Cruzamos nuestros brazos, rozando nuestras copas. Nos besamos. Un flash inmortalizó ese momento mientras nos sumergíamos en el sagrado sabor del líquido elemento que siempre nos ofrece el “sabroso vino de Icod” para mí ya eterno sabor en mi mente y en mi cuerpo.
LANGE AGUIAR