¡PARA LA CAMA MAMÁ, PARA LA CAMA!
Camino en silencio. Sé que hoy ha sido un día muy especial. Desde que amaneció tuve esa sensación. Desde que me desperté de aquel sueño de letras de fuego lo sé. Aún es temprano para ir al colegio y después de visitar la vieja carpintería de Don Fernando, con lágrimas en mis ojos, decido entrar a desayunar en el viejo Bar Parada, lugar donde viví y trabajé durante muchos meses cuando apenas tenía 13 años (ya contaré esta historia). Mientras pido un café con leche y un bocadillo de queso tierno, veo a un viejo conocido de mi niñez, justo un compañero de trabajo de aquellos años. Él se me queda mirando con un vaso de vino en la mano como queriendo conocerme, pero yo no le doy ninguna pista. Solo lo observo. ¡Tan temprano y ya bebiendo! pienso. Mis recuerdos, vuelven a embriagarme con lo que observo. Son viejos pensamientos que me llevan a otros espacios existentes de mi cerebro. Espacios que se mezclan en presentes pasados de tiempos que aún no han muerto y que todavía retumban con fuerza y me veo de repente en mi propia boda.
Te miro a los ojos mientras termino de beber una buena copa de vino. ¡es nuestra boda amor!. El reflejo de tu mirada me traslada momentáneamente a otro lugar, a otro tiempo. Al cerrar los ojos me vienen los recuerdos de otro momento aún latiendo en mi cuerpo.
Desde que amaneció sabía que el día iba a ser muy diferente. Desde mi cama podía sentir los nervios de mis hermanas, el revuelo en la cocina de mi madre y el griterío de la gente en la calle. Me levanté rápidamente. No me quería perder nada de lo que estaba ocurriendo. Se respiraba alegría. Se olía a ropa nueva. Las chicas más jóvenes cuchicheaban en la esquina de mi calle, justo al lado de la venta de doña Carmen, contándose los secretos de lo que se iban a poner esa tarde. Sus madres iban de casa en casa buscando los platos, vasos, copas cubertería…de los ajuares viejos, esos que se guardaban en las alacenas de todas las casas y que solo se sacaban de allí para algún acontecimiento importante. ¡Lo que se preparaba para este día lo era!
Mi vecina, la alegre y hermosa Lola, se casaba. La costurera del pueblo. La que tanto cariño tenía por mi familia. La bella Lola celebraba la primera boda a la que yo asistiría. En mis nueve años de vida no había conocido ninguna novia. No había vivido una boda. No había experimentado esa emoción contenida en la vecindad, en mis amigos. No había olido tanto a ropa nueva, ni sentido tan cercano el coqueteo de la chicas. No conocía la profunda solidaridad y generosidad de los vecinos y vecinas para ayudar en los preparativos de tal acontecimiento festivo, desempolvando los muebles, sacando los mejores manteles calados y bordados que guardaban con tanto celo; organizando y llevando mesas y sillas a casa de Lola para los invitados. Guisar las papas, amasar el gofio, y cocinar el pescado salado con el aromático y fabuloso encebollado, labor en la que mi madre se entregó a fondo. Y, por supuesto, buscando las mejores botellas para llenarlas de vino blanco, “del sabroso vino de ICOD” ,- era lo que les oía decir a los mayores cuando lo bebían, mientras jugaban al envite en casa Carmen-. Vino blanco que desde aquel día me seria muy difícil olvidar, por todo lo que viviría después.
Al caer la tarde comenzó la ceremonia. Las lágrimas desbordadas de la madre de Pedro, el novio de Lola; los gemidos contenidos de Doña Carmen, la ventera. La sonrisa de mi madre; los sollozos de Doña Consuelo, la abuela de Lola y , sobre todo, la radiante y feliz cara de la joven costurera. Son recuerdos que no me abandonan.
A todos los niños y niñas nos pusieron juntos en una mesa del patio, bajo un gran parral. Yo era el mayor de todos ellos y no me sentía muy a gusto allí sentado. Junto a nuestra mesa pusieron la de los más jóvenes y me senté con ellos. Me gustaba oír sus historias, sentir sus risas y experimentar sus sensaciones. Bebí con ellos. Era mi primera vez. Bebí y bebí sin control. No conocía bien ese “sabroso sabor”. Ellos me ponían un vaso tras otro y yo me los bebía sin apenas respirar. Al final me hicieron beber una mezcla de cerveza y vino que me amargó el estómago mientras se reían a mandíbula abierta... supongo que por la expresión de mi cara. Lo demás lo recuerdo en nebulosa. Se que me levanté mareado, muy mareado y me fui a casa que la tenía al lado. No me sentía bien. Tenía los sentidos atrofiados. No coordinaba mis pensamientos. La visión se me nublaba. Mis piernas temblaban. No sé como llegué a mi cama, pero al tumbarme sobre ella todo se movía. la habitación comenzó a girar a mi alrededor. La cama no paraba de dar vueltas y sentí que un río inmenso estaba a punto de explotar en mi boca saliendo de lo más profundo de mis entrañas. Expulsé todo el agrio y asqueroso contenido que se agolpaba en mi garganta. Vomité sin parar inundándolo todo. Grité con toda mis fuerzas. Lloré y sentí que todo se derrumbaba a mi alrededor. Aquel sabor asquerosamente ácido quemaba mi garganta, mi lengua, mis labios… No soportaba aquel olor que me envolvía. La cama seguía girando sin parar. Yo me agarraba con fuerza a la pared pero ésta también giraba a gran velocidad. ¡Mamá, mamá, para la cama!, ¡Para la cama mama, por favor! ¡¡Páralaaa!! Todo se volvió oscuro y caí en un profundo pozo, en un oscuro y asqueroso pozo al que jamás he querido volver.
Descubro tu mirada fijada en la mía, amor, como pendiente de mis sentimientos y mis emociones. Relajado te sonrío... tú me devuelves una maravillosa y plena sonrisa. Sé que no sabes a que recóndito lugar de la memoria viajó mi mente. Sé que no comprendes porque no quiero beber más de dos copas de vino en nuestra boda, ni en ninguna otra fiesta u otra boda. Pero siento que te alegras por ello. Cruzamos nuestros brazos, rozando nuestras copas. Nos besamos. Un flash inmortaliza este momento mientras acercamos mutuamente nuestras copas para beber el sagrado y cristalinos líquido elemento que nos ofrece el “sabroso vino de Icod”
Antonio, que era el nombre del borracho del Bar Parada, siguió mirándome... Sé que me observaba atentamente. Sé que quería decirme algo. Se que dijo algo que no entendí. Sé que me fui de allí sin esperar a terminar el desayuno. El sabor agrio de mis recuerdos, de sus caras animándome a beber, de sus caras de burla al verme perder el equilibrio y de cómo sentía sus risas cuando marchaba para mi casa, seguían taladrándome el cerebro. Salí del Bar Parada a escape, sin decir nada, sin decirle adiós siquiera, sin pagar lo consumido. Ya volvería en otro momento. No querría seguir sufriendo por algo tan viejo cada vez que veo a un ser muy bebido, pero... el destino me sigue poniendo delante estas situaciones para afrontarlo todo de nuevo y sanar mi espíritu, mi alma y mi cuerpo.
Al salir de allí me di cuenta que al fin y al cabo la experiencia vivida de niño me había alejado de la bebida y entonces comprendí que a veces ocurren algunas cosas en la vida de uno para que otras no acontezcan y doy gracias por este descubrimiento que, de pronto, acabo de darme cuenta hoy... Me relajo y dirijo mis pasos al colegio y un gato negro se cruza en mi camino, que casi me hace caer y en ese momento me surge un nuevo recuerdo, un recuerdo que me hizo aprender y ser consciente la importancia de respetar al otro sobre sus miedos o sobre el pánico y el temor que pueden tener, y no generar falsa situaciones que te puedan llevar a ello y eso ocurrió años, muchos años antes...
(Continuará)
(c) Lange Aguiar.
Canarias.
Foto del álbum familiar: Yo a los 9 años