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LETRAS DE FUEGO
Me encontraba allí en mi habitación que no era la mía, extrañamente volátil, sin sentir mi cuerpo. Con una pluma en mi mano como incrustada en el tiempo y doliente entre mis dedos. Escribía sin parar. Me sentía respirar, vibrar entre las letras, sumergido en un amarillento y pegajoso papel rescatado de un inexistente fuego.
Escribía a alguien, al que no recuerdo su nombre, pero sí su rostro: “Antes que nada quiero pedirte perdón amigo sin nombre. Pedirte que me disculpes porque quizás aquella noche cuando estuvimos hablando no dije todo lo que tenia que decir. Por un lado quería hacerlo, pero por otro lado había algo en mi garganta que me impedía pronunciar las palabras adecuadas para expresar mis emociones, algo muy raro en mí...
Me has preguntado varias veces porqué quiero marcharme, porqué quiero irme de este planeta, y yo no he tenido la suficiente fuerza para decir toda la verdad. Me preguntaste qué me pasaba, que me notabas ausente y tampoco te dije toda la verdad. Ahora, escribiendo esta carta me tiemblan las manos porque no sé como vas a reaccionar al leer todo esto, y eso me llena de incertidumbre y zozobra. También es verdad que ni siquiera sé si algún día leerás esta carta. Pero creo que es necesario que me desahogue, que libere mis emociones de este suplicio y a mi mente de este constante pensamiento. Ya sé que mi alma y mi corazón se sienten seguros de lo que sienten, de cuales son las verdaderas razones de este sentimiento puro, noble y eterno que experimento al interior de mi cuerpo. Sé además que este sentimiento es compartido y que ese amor supera el tiempo de la tierra. Sabemos, intuimos, experimentamos que esa amistad es para siempre y que nos sentimos unidos a pesar de las distancias, los tiempos o los lugares que estemos o que tardemos en vernos. No es casualidad que nos definamos como amados amigos eternos. Sabemos con seguridad que cuando nos necesitamos uno del otro ahí estamos y que seguramente en algún momento haremos grandes cosas juntos, pero no sé si será en este espacio tiempo que ahora nos devuelve este momento, este recuerdo.
Una vez te conté parte de mi vida, sentí la necesidad de hacerlo. Esa parte de mi vida que a veces me limita o que a veces no sé si entiendo lo suficientemente. Esa parte de mi vida emocional, corporal, terrenal... que me marca y me hace ser tan humano, tan loco, tan visceral o pasional. Esa parte de mi vida que a veces reprimo, y que me cuesta controlar, pero que tanto me ha aportado en mi aprendizaje vital.
Me he propuesto en la vida aprender de todos y de todo. Estar con los ojos bien abiertos. Buscar la verdad de cada cosa que escribo, en cada letra que leo, en cada beso que ofrezco.
Se me nubla la vista. Tu nombre se borra de mi cerebro abrasado por el fuego. Quiero salir de la carta, que no me quemen estas letras de fuego. Grito por no poder salir del papel que me oprime la garganta. Abro lo ojos y un sudor frío recorre mi cuerpo humedeciendo la cama en la que duermo.
¿A dónde, amigo mío, tu carta envío? ¿La dejaré que vuele en el tiempo y que sea el viento el que las deposite antes tus ojos en algún lugar y en algún momento en que te detenga el universo?
Enviada está. Yo tendré noticias tuyas que me las traerán tus versos lanzadas también al viento. Gracias amado amigo eterno.
Autor (c) Lange Aguiar
País: Canarias-España
Fotografía: Pilar Estévez. Composición: Miguel Díaz