Juan , Clara y la ciudad de París
En una ciudad vibrante, hermosa, histórica y moderna, compaginando edificios palaciegos y donde los rascacielos tocaban el cielo, una pareja de recién casados, Clara y Juan, decidió visitar un famoso edificio, el más alto de aquella ciudad de ensueño, con un grandioso ascensor panorámico. Desde el suelo, donde se encontraban Clara y Juan, la estructura se alzaba imponente, y la emoción de la aventura llenaba el aire y sus acelerados corazones pues era la primera vez que se subían a un ascensor acristalado, pues de la pequeña isla canaria de la que venían, no habían edificios de aquella magnitud y menos un ascensor tan vibrante.
Al entrar al ascensor, el cristal ofrecía una vista impresionante de la ciudad. Con cada metro que ascendían, el bullicio de las calles se convertía en un murmullo lejano. Clara, fascinada por la vista, apretó la mano de Juan. Él, sonriendo, le susurró que esos momentos eran los que atesorarían para siempre al volver a su amada isla.
Mientras el ascensor subía, comenzaron a compartir recuerdos: su primer encuentro en un café, su noviazgo en su pueblo de Valverde, su boda y sus banquete, el regalo de sus amigos y familia para realizar aquel viaje fantástico, las risas en sus viajes por aquel romántico país, cuna de los abuelos de Clara, y los sueños que aún querían cumplir. De pronto, el ascensor se detuvo momentáneamente, justo a mitad de camino. Clara sintió un leve temor, pero su amado y joven esposo la tranquilizó, recordándole que incluso en los momentos de incertidumbre, siempre estarían juntos.
La vista se volvió aún más espectacular al reanudar la subida. Finalmente, llegaron al mirador de aquel
Imponente edificio donde el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos cálidos. Miraron la ciudad iluminada con mil colores; esa mítica ciudad conocida como la ciudad del amor en la que tanto habían soñado. Especialmente Clara, pues era el hogar de sus abuelos paternos. París les deslumbró. Francia les abrazó y en ese instante, comprendieron que su amor era como el horizonte: siempre en expansión y lleno de posibilidades.
Juan, inspirado por el momento, se arrodilló y le propuso a Clara que siguieran explorando la vida juntos en aquella Preciosa ciudad de sus orígenes y no solo desde las alturas, sino en cada paso que dieran. Con lágrimas de felicidad, aceptó, y así, en el corazón de la ciudad, sellaron su compromiso bajo la luz dorada del atardecer quedándose a vivir allí para siempre. Años después uno de sus hijos, un médico famoso, decidió quedarse a vivir en la isla del Meridiano, El Hierro de sus padres, como médico del Pinar.
Lange Aguiar