Disfrutar de nuestros sentidos. Dar rienda suelta a lo que sentimos. Descubir la hermosura de lo que vivimos. Ser trasmisores y receptores de de un mundo más humano, más divino.
Creando, construyendo, disfrutando lo que somos, experimentando lo que escribimos...
Bienvenido al blog de Lange Aguiar.
Disfruta y crea, ¡TÚ TAMBIEN PUEDES HACERLO!.
Está permitido emocionarse, llorar, reir y, sobre todo SER, COMPRENDER y VIVIR.
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2 feb 2009
MIEDOS
LA VELA Y MISIFÚ
Aguanto mi respiración. Sé que mi hermano pequeño se lo va a pasar mal, pero sigo adelante con mis intenciones. Estoy escondido tras la cortina de la puerta grande de mi casa, una casa vieja y de muros gruesos. Estoy en la entrada que da a la sala de estar, bueno esa es por lo menos el uso que se le daba, porque realmente era también habitación por las noches, pues en ella dormían algunas de mis hermanas. Somos once hermanos y había que buscar sitios para todos., aunque tres de ellos ya se habían ido a Venezuela. Mi hermano pequeño, que en aquellos momentos tenia cinco años, yo siete, entraba al salón con una palmatoria en la mano pues todo estaba a oscuras. No teníamos en casa luz eléctrica, eso era privilegio de unos pocos vecinos en nuestro barrio. Tinito había cogido una vela para entrar a coger unas papas, que mi madre le había mandado a buscar. El no quería ir. Le asustaba mucho la oscuridad de aquél salón tan grande y solitario. Yo había oído a mi madre y Salí corriendo a esconderme. Me subí como pude sobre la tranca de hierro de la puerta, pues todo estaba a oscuras, colocando la cortina de tal forma que me tapara por completo. Tinito entró muy despacio al salón. Me contuve en mis movimientos. No quise hacer ruido y no expulsé el aire de mis pulmones, hasta casi ahogarme. Tinito se acercaba lentamente. Sentía su respiración jadeante. La palmatoria le temblaba en sus manos. Su rostro algo desencajado miraba a todas partes. Yo le observaba por la pequeña rendija de la tela descosida que hacía de cortina. La oscuridad me salvaba de ser visto Sabia que iba a hacer algo ruin pero no me detuve. Y de pronto hice un ruido profundo con mi garganta expulsado todo el aire retenido que me estaba ahogando, mientras movía con mucha fuerza la cortina. Yo mismo me sorprendí oyéndome. Mi hermano gritó, tiró la palmatoria contra el lugar donde yo me encontraba y salió corriendo gritando por mi madre. La vela cayó al suelo y casi prende fuego a las cortinas. La apagué como pude saltando inmediatamente de mi escondite. En esos momentos sentí un cosquilleo en mi estómago. Me puse muy nervioso. Oía a mi hermanito gritar y a mi madre calmándole, ella ya se imaginaba que yo había hecho algo a mi hermano. Nos llamaba zipi y zape pues siempre estábamos buscándonos y haciendo travesuras. Empezó a llamarme. Me acerqué muerto de risa, tratando de ocultar mi nerviosismo por lo de la vela. Le expliqué que sólo era un juego. Mi hermano entonces empezó a insultarme y a reírse desencajadamente, supongo que para liberarse de lo que había sentido previamente, consiguiendo, con ello, que mi madre también lo hiciera. Como castigo me mandó a buscar a mi las papas, pero a oscuras, sin vela alguna. Entré en el saló de nuevo. El olor de la tela quemada aún lo envolvía todo. Como pude me acerque al rincón donde mi madre guardaba las papas, tropezando con algún mueble, En la distancia oía a mi madre hablar con mi hermano y eso me tranquilizaba un poco. Cuando creí que ya estaba en el lugar adecuado alargue mis manos y lo que sentí estremeció mi cuerpo. Un frió interior me produjo escalofríos y grité. Grité con todas mis fuerzas. Quise salir a tropel de allí. y tropecé con el sofá del salón. Caí al suelo mientras aquello saltaba sobre mí espalda. Volví a gritar y gritar descontroladamente llamando a mi madre. Un fuerte maullido me devolvió a la realidad. Misifú, mi gato negro, salió como alma que se lleva el diablo del salón. Me puse a llorar sin control, con un sentimiento extraño de rabia y alegría por lo que había pasado. Tinito y mi madre entraron llevando el quinqué de petróleo y al explicarles, como pude, lo ocurrido, solo atinaban a reírse sin siquiera ayudarme a levantarme. Yo estaba en una posición ridícula, con los pies en alto y el cuerpo caído entre la mesa y el sofá y eso era lo que les hacía reír. Al final pude ponerme en pie y, sentándome en el sillón, me uní a sus risas. Había experimentado en mi propia carne, y de forma mucho más cruel, lo que quise hacerle a mi hermanito. Llorando y riendo abracé a los dos mientras mi madre, en silencio, me acariciaba la cabeza y me hermano me cogía las manos.
LANGE AGUIAR
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