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1 jul 2009

PAPEL DE SANGRE


“El viaje de Rosa”
Cerró los ojos y respiró profundamente. Seguía con él en sus brazos y viajó lejos, muy lejos de aquel lugar tenebroso y sombrío. Un silencio atronador la rodeaba hasta asfixiarla y por eso quiso salir de allí buscando imágenes que pudiesen pacificar su dolor y aliviar el llanto de su atormentado cerebro. Era demasiado cruel lo que había vivido en las últimas horas. Demasiado para soportarlo, pero allí estaba en medio de aquella soledad, con aquel olor a sangre, sintiendo la muerte reinar y apoderarse del lugar, sobrecargando y enturbiando el ambiente. Rosa cerró sus ojos con fuerza y viajó con su amado Manuel a una casa de campo en el sur de Francia. Los dos allí abrazados, en medio del prado de flores que rodeaba aquella ansiada casa, situada cerca del mar de Port La Nouvelle. Estaba abrazada a su joven esposo que la besaba intensamente. Ella, con los ojos abiertos, le miraba con dulzura y disfrutaba de aquel beso como si fuera el primero. El aire del mar llegaba hasta ellos, envolviéndolos. Unas gaviotas volaban a su alrededor. Quería olvidar la crueldad de la guerra. Buscó que su mente la transportara a un futuro más hermoso, que construyera una realidad más feliz que la que tenía delante. De pronto, el beso de Manuel se volvió extraño, lo sintió con dolor, como despidiéndose de ella. Los labios de Manuel estaban fríos, muy fríos y esa sensación le estremeció el cuerpo. El cuerpo de Manuel se le evaporaba, se alejaba de ella, se despedía, se envolvía en una extraña bola de luz desapareciendo ante su casa soñada que también se evaporaba. Rosa quiso seguir con sus ojos cerrados, recuperar aquella visión, aquel sueño inicial, aquella casa soñada que comprara su padre para ella desde hacia mucho tiempo. Quería seguir abrazada a Manuel, sintiendo sus labios. Quería buscar imágenes en las que pudiera verse escapando con Manuel de España; saliendo del cuartel militar de Melilla; liberando a su amado por una orden del Generalísimo que personalmente había ido a buscar a Burgos, y que su padre, un Teniente Coronel del círculo del Ex¬-Capitán General de Canarias, le había conseguido. Pero su cerebro cerró momentáneamente cualquier viaje a la imaginación, al deseo de no sentir, de no vivir, de no experimentar la realidad del presente momento. Abrió los ojos. Estaba sudando y temblando; no tenia fuerzas para salir de allí. No soportaba la visión de tantos rostros ensangrentados; de tantos ojos mirándola sin pronunciar palabra; de tantos rictus de dolor reflejados en sus caras. No quería mirar…y no podía dejar de hacerlo, era superior a sus fuerzas. Bajó la cabeza y, con todo el esfuerzo del mundo, solo fijó su mirada en la mirada ausente de Manuel. Volvió a ordenar, con todas sus fuerzas, que su mente la llevara lejos; que imaginara otro lugar y le ayudara a salir de allí no saliendo…
Una música de fondo le acompañaba mientras bajaba aquella escalera que tantas veces había bajado de niña. Ahora era una mujer hermosa, sonriente, vestida de blanco. Iba del brazo de su padre. Todo estaba dispuesto para casarse con el amor de sus sueños. Se vio bailando en el cielo. Estaba cabalgando sobre nubes viajeras en brazos de Manuel, sintiéndose reflejada en la mirada limpia de su amado. El mar apareció ante sus pies, rebosante de barcos veleros de inmensos colores, llenos de vida, de gente, de alegría… Las playas estaban abarrotadas de gente ¡eran sus playas canarias llenas de luz! Eran las playas de su isla natal que tanto echaba de menos. Sintió sus pies humedecerse con la espuma de su playa negra de Icod. Volvió a sentir el abrazo dulce de Manuel; sus manos acariciando su piel en el mar y sus labios besando todo su cuerpo. Pero, de pronto, el mar se volvió rojo. Los labios de Manuel volvieron a estar fríos, muy fríos. Todo se volvió oscuro y triste. Las silenciosas lágrimas bajando por su rostro le devolvieron a la realidad de la cárcel militar en la que estaba. Sus brazos sostenía, tal Piedad, a Manuel muerto. Rosa estaba, desde hacia 20 horas, rodeada de otros 37 soldados fusilados. A su lado un papel mojado, ensangrentado, con la orden de libertad de Manuel. Una orden que sus carceleros, sus verdugos, no llegaron a cumplir, por una contraorden que llegó esa noche a las tres de la mañana -fusiladlos a todos, os lo ordena Franco- . Rosa perdió su miedo. Rosa quedó atrapada en su sueño, no regresó de su ansiada casa de Francia. Rosa voló para siempre a un recóndito lugar de su mente y murió, abrazada a Manuel para siempre, en el hospital Psiquiátrico de Melilla en el año 1978. De sus manos cayó un viejo papel ensangrentado con unas casi elegibles letras: “Orden de libertad para el Teniente Manuel Díaz , de la cárcel militar de Melilla. Burgos, año de 1938”
LANGE AGUIAR

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