brota con alegría
el niño que llevamos dentro,
su risa resuena como un eco de sueños,
en un abrazo cálido que nos envuelve.
Las estrellas, centelleantes y llenas de vida,
se reflejan en su mirada inocente,
y el mundo se transforma
en una paleta de colores vibrantes,
Con cada paso que da,
el alma se siente danzante y libre,
descubriendo un universo mágico,
lleno de maravillas vibrantes.
Las nubes se convierten en barcos
que navegan en el cielo,
mientras los árboles se erigen
como castillos
en los que la imaginación
se despliega sin límites.
No permitamos
que el inexorable paso del tiempo
nos arrebate ese brillo tan especial,
ni que el peso de las responsabilidades
apague la chispa de la alegría.
Sigamos explorando la vida
con ojos llenos de asombro y curiosidad,
abrazando cada experiencia, cada instante,
con un amor que trasciende
el entendimiento.
El niño interior, esa luz que nunca se apaga,
es un faro que nos guía en la oscuridad,
acompañándonos en las sombras
y abrazándonos en el bullicio del mundo.
Con la inocencia,
como nuestra brújula,
en medio de la niebla,
convirtámonos en portadores de luz
y amor, en esta entrega sutil y profunda.
Así, en cada rayo de sol
que ilumina nuestra senda,
en cada abrazo
que alimenta el alma y nos reconforta,
recordemos que el niño que reside
en nuestro ser es la esencia pura
de nuestros sueños y anhelos,
una chispa de vida
que nos impulsa a ser siempre
auténticos
y a vivir
con el corazón abierto.
LangeAguiar