Leugin quiso hacer un descanso en su paso por París y decide sentarse en la terraza de un encantador café, en el bullicioso Boulevard donde se encontraba pues sintió que estaba llena de vida. Las mesas estaban adornadas con coloridas flores y los aromas del café recién hecho se mezclaban con el suave murmullo de las conversaciones. Ya en su mesa Leugim sintió la necesidad de escribir algo de lo que estaba sintiendo y observando y saca su libreta justo en el instante que el camarero le traía una humeante taza de café junto a un rico croissant.
Mientras tomaba sorbos de su bebida, observaba a la gente pasar. Un anciano con un sombrero de paja, una pareja de turistas riendo, un artista callejero pintando un mural vibrante... Todo parecía perfecto, hasta que Leugim notó algo extraño: una pequeña ardilla se acercó sigilosamente a su mesa.
Al principio, pensó que era solo una ardilla común, pero al mirar más de cerca, se dio cuenta de que llevaba un pequeño sombrero de copa y una pajarita roja. Intrigado dejó un trozo de croissant en la mesa y, para su sorpresa, la ardilla lo tomó y se lo llevó en un abrir y cerrar de ojos. Leugim no pudo evitar reírse.
Decidió seguirla, dejando su café a medio terminar. La ardilla la llevó por el boulevard, zigzagueando entre las piernas de los transeúntes, hasta que llegó a una pequeña plaza donde un grupo de ardillas estaba reunido. Para su asombro, todas llevaban sombreros y corbatas, como si estuvieran en una reunión formal.
En el centro, una ardilla más grande, que parecía ser la líder, levantó una taza de café diminuta y comenzó a hacer un brindis. Leugim fascinado se escondió detrás de un árbol para observar. La líder, con una voz sorprendentemente grave, proclamó: “¡Por el café! ¡El mejor combustible para nuestras travesuras!”
El sorprendido Leugim no podía creer lo que estaba viendo. Las ardillas comenzaron a bailar y a celebrar, brindando con sus pequeñas tazas. En ese momento, se dio cuenta de que había encontrado la inspiración que tanto buscaba. Con una sonrisa, decidió regresar a su mesa.
Al volver, encontró su café intacto y una nota escrita en una servilleta que decía: “Gracias por el croissant. ¡El café es nuestro secreto!” Leugim sonrió y, con esta nueva historia en su mente, tomó su taza y brindó, no solo por el café, sino por las sorpresas que la vida, y las ardillas vestidas, podían ofrecer. Cierra su libreta y el cuento lo titula "Las ardillas vestidas, el café milagroso y el mágico croissant" pero lo piensa mejor y decide titularlo "Mis ardillas en París", lo lee y vuelve a titubear. Leugin borra el título escrito en su móvil y escribe de nuevo "París y el sueño con mis ardillas" lo lee, le gusta y satisfecho se sienta en su cama. Sonríe dando los buenos días a su musa y a su su inesperado y literario despertar.
Lange Aguiar
(Fotografías de IA)