ICO Y LA NOCHE DE SAN JUAN
En la antigua y húmeda Ciudad Patrimonio de la Humanidad de San Cristóbal de La Laguna, donde los aromas de las diversas especias que abarrotaban el provisional, pero permanente, mercado de la Plaza del Cristo y que junto a los alisios que venían siempre cargados de nubes, procedentes de las montañas verdes que rodeaban el Valle de Aguere, donde se asentaban esta hermosa ciudad, se mezclaban con los olores de las verduras, las frutas, las carnes y los pescados de los diferentes puestos. Producto de la humedad ambiente reinante, las chuchangas campaban a sus anchas por las paredes, los muros de las huertas cercanas y las veredas de los caminos más próximos. Muy cerca de allí, en el precioso Camino Largo repleto de bellas palmeras, vivía una gran artista bohemia llamada Ico. Era muy conocida por su enorme verborrea cautivadora y su habilidad para transformar los momentos más simples en obras de arte y en grandes y profundos poemas. Su taller, que estaba siempre iluminado por una preciosa lámpara de cristal de bohemia, era un refugio, que ella ofrecía para aquellos que buscaban inspiración, empatía y creación.
El día
de la víspera de San Juan, Ico se levantó con mucha ilusión
queriendo realizar un cuadro de fuegos, estrellas, deseos y
recuerdos, pues ese día era muy especial para ella. Mientras
buscaba objetos diversos para plasmarlos en su pintura, se encontró
con una muñeca antigua que había pertenecido a su amada y añorada
abuela Dolores. La muñeca tenía su brazo izquierdo suelto pues le
falta un tornillo. Ico se afanó en buscarlo en el fondo del cajón y
allí lo encontró. Al repararla, Ico sintió una gran conexión
visceral, emotiva y sentimental con su pasado. Recordó las tristes
historias de su abuela sobre cómo tuvo que asumir la muerte de su
hijo mayor y de su marido en la guerra civil por ser republicanos,
cómo tuvo que saber vivir con ese dolor sintiendo en el fondo de su
corazón la resiliencia y el amor que había cultivado a lo largo de
su vida, a pesar de los fusilamientos de Justo, su marido y de su
hijo Adán, e incluso su propia muerte que la había acechado en
varias ocasiones de la que había sobrevivido airosamente.
Inspirada por esos recuerdos, y abrazando a su muñeca, Ico decidió organizar una exposición colaborativa en su taller. Quería que cada cuadro suyo y cada uno de los pemas que lo acompañaran, hablaran del amor, el compromiso, la resiliencia y la belleza de la vida compartida en el hogar de su infancia. Con una actitud decidida y positiva, invitó a toda su familia, a sus amigos y conocidos para compartir sus propias historias y las que ellos quisieran compartir con sus recuerdos y objetos mas queridos. Así llegó la noche mágica de hadas, duendes, brujas, fuego, papeles y agua. La noche que celebra el comienzo del verano con hogueras, deseos, sueños, y conductas no deseadas que se queman en el fuego. Poco a poco fueron llegando a su querido taller las personas invitas trayendo sus objetos y recuerdos, los cuales iban formando parte de la exposición y que Ico colocaba con esmero. Una noche y una exposición que derrochó momentos de empatías, encuentros, risas, lágrimas y, sobre todo, una noche de abrazos, buenos deseos y amor a raudales.
Esa noche, mientras la maresía de la brisa del mar de la Punta, lugar en el que vivía la abuela Dolores y que Ico experimentara desde pequeña, sitió, al irse a dormir, que acariciaba las paredes de su taller, descubriendo que la verdadera magia de su arte no estaba solo en sus cuadros o poemas, sino en las conexiones humanas que se habían creado esa noche. En ese momento, ella comprendió que cada historia era como esos grandes tornillos o piezas que forman parte de una gran máquina, y que son esenciales para el funcionamiento del todo. Ico, con una sonrisa en la boca, se durmió abrazada a su muñeca, sabiendo que su tristeza y depresión, de la que llevaba arrastrando hacia unos meses, se habían diluido al quemarse en la pequeña hoguera que ella había preparado para esa mágica noche de amor y entrega.
Así, en el bullicioso corazón de una brumosa y hermosa ciudad histórica de Canarias, surgió un gran faro de luz para que Ico siguiera creando, compartiendo y hablando al recuperar su perdida cháchara, sabiendo y experimentando que en cada trazo de su pincel, que en cada verso suyo, estaba la esencia de la vida misma: una mezcla de comportamiento bohemio, de amor y resiliencia al cambiar su actitud hacia procesos de vida más positivos uniendo a todas las personas en un hermoso lienzo colectivo, donde cada trazo, cada letra, cada cuadro, cada poema formaban parte de la unidad del TODO en su existencia.
Lange Aguiar. Una noche de San Juan de un año cualquiera